jueves, 24 de abril de 2008

Joel

Y el rayo cayó. Joel lo había estado esperando toda la noche. Y se había tardado. Joel miraba el reloj. Eran las doce con siete minutos y veintitrés segundos. Joel lo grabó en su mente, debía recordar la hora exacta.

El cielo nocturno, oscurecido aún más por la presencia de las negras nubes, le daba a la calle un aspecto realmente tétrico. Joel hubiera preferido que pudiese haber al menos un resquicio de luz de luna, algo que alumbrara un poco más esa oscuridad fuera de lo común. Pero hasta las farolas de la calle se habían apagado.

Dentro de su casa, en ese bastión que para él era su cuarto, se sentía protegido. Lo que fuera que estuviese allá afuera no lo podría alcanzar dentro de esas cuatro paredes, iluminadas únicamente por el débil parpadeo del reloj digital que estaba sobre el buró. Joel lo miró dos segundos… las doce con ocho. Lo supo entonces… no, no era la hora. Miró el reloj de su muñeca. Estaba detenido. Su bastión había sido violado.

Dio un sorbo a la taza. El café ya estaba frío… pero no había perdido ese fuerte sabor característico del café colombiano. Lo ayudaba a mantenerse despierto. Era justo lo que necesitaba en una situación así. Dormir… no, dormir no era la opción. Bueno, entonces, ¿cuál era? Dio otro sorbo a la taza y miró el reloj parpadeante. Doce con nueve. Qué lento era el tiempo.

Viento, rayo, trueno, grito. ¿Grito? Sí, grito. No, a lo mejor se había confundido. ¿O quizá no? Más bien graznido. Un ave, ave rara. Ave como… ¿infernal? ¡Bah! Demasiada imaginación. Viento, rayo, trueno, viento. Sí, así debió haber sido. Era más lógico.

Tan lógico como esa figura que se movía por fuera de su casa, bajo su ventana, a lo lejos en la calle, entre las sombras, más oscuras todavía de lo normal, de una noche que no esperaba que fuese así. Sí, ahora lo sabía. Era cierto. Un grito… un raro grito. Grito inhumano, casi graznido… sí, algo raro. Eso había sido…

Rayo, luz, grito, sonido de impacto. La taza yacía hecha añicos en el piso, y el resto del café derramado. La boca de Joel abierta a todo lo que daba, y los ojos aún más. Lo había visto. Ahí estaba. Frente a él, durante un segundo. Rodeaba su bastión, su fortaleza. Lo tenía sitiado. Era oficial, la guerra estaba declarada. Y lo pensó, dos segundos. Estaba en desventaja, bastante clara. Era mucha la diferencia y nada podía hacer por ello. ¿O sí? Tendría que averiguarlo.

Se acercó a su minibar y sacó un yogur de manzana. Lo observó unos instantes, de marca reconocida, le gustaba mucho. A falta de café, tendría que tomar algo más. Sólo tendría que poner a hacer más, pero tardaría. Mientras, algo debía hacer. Cerró el minibar y puso la cafetera nuevamente, generando todo un nuevo armamento de cafeína. Debía estar preparado.

Viento, viento, viento… nada. El silencio. La nada. Oscuridad. Joel miró la cafetera. Ésta hacía su café, pero no emitía sonido alguno. Miró por la ventana. No veía nada excepto una oscuridad impenetrable. Los rayos parecían haber cesado ahora. Miró el reloj. Apagado. La cafetera nuevamente. Apagada. Abrió el minibar. Apagado. Miró el foco de su cuarto, el último resquicio de luz cercano. Parpadeó, una vez. Dos veces. Tres veces. Se apagó. Era el momento, lo supo. Ya no había escapatoria. La oscuridad… sí… su bastión había sido violado. La guerra había terminado. Lo supo. Había sido derrotado.